Grace Kelly: De su puño y letra

He estado la semana pasada pintando mi despacho… ¡Hay una barbaridad de cosas que aún debo desprenderme de ellas… pero no me decido! Busco y rebusco, clasifico y desclasifico, en un círculo vicioso y cansino. He encontrado varias cajas llenas de revistas; unas para tenerlas como referencia, y otras, son publicaciones y editoriales que he realizado a lo largo de estos años. También tengo que reconocer que me gusta el papel y en casos como estos, apetece hojear con tranquilidad. ¡Todavía la habitación no tiene forma y puede esperar!

Encontré algunas publicaciones: una en especial rescata de mi memoria imperfecta, un recuerdo hermoso e inesperado. Fue una sesión que le hicimos a Aline Griffith, la Condesa de Romanones, para la revista «Enboga«. La sesión fotográfica y entrevista la hicimos en su casa de Madrid. Acudimos solo dos personas: la directora de la revista y yo. Al llegar a la puerta principal, ella ya nos estaba esperando; lo primero que valoré al verla en la puerta, fue que la sesión probablemente sería muy corta. En esos momentos, surgen dudas de como enfocar el poco tiempo de que dispones y, sobre todo, de como gastarlo en las proporciones idóneas ¡Es lo que había y teníamos que adaptarnos!. Al entrar al Hall lo primero que hizo fue disculparse, estaba muy cansada; el día anterior había estado la revista Vanity Fair con «tropecientas personas» y muchas horas de sesión, … desde ese momento supe que el tiempo disponible sería efímero.

Y es entonces, cuando aparece la decisión más importante que tiene que tomar un fotógrafo en este tipo de situaciones. Básicamente, nos encontramos en dos procesos antagónicos, intentar alargar la sesión hasta el límite que te permitan, o simplemente aprovechar el tiempo que dispongas antes de que el personaje se disperse o comience a pedir la hora de salida. En estas sesiones, en que disponemos de muy poco tiempo( que son las más habituales), dependiendo del enfoque que quieras conseguir, puede que sea la situación perfecta o que te enfrentes a una situación de no retorno. Yo habitualmente soy de lo segundo, en general siempre prefiero elegir esa predisposición del personaje. Siempre tenemos que elegir y sacrificar lo menos que podamos. Conectar con el fotografiado sería lo primordial, a veces se puede y otras muchas no.

Mientras ella se preparaba, yo deambulaba por el salón buscando el espacio idóneo. Un señor imponente me seguía allá por dónde iba, miraba con esmero lo que yo hacía y con un simple gesto aprobaba mis movimientos… o no. En este caso, decidí tomármelo con filosofía: habría auto-maquillaje y un solo estilismo. Localicé dos espacios, coloque luces y esperé a que regresara. No me preocupé por nada, sería exactamente igual que la película; hasta que llegase al laboratorio no sabría nada del resultado final. Ella estuvo fantástica, amable y dispuesta, y al terminar me senté a escuchar la entrevista. ¡No cabe duda que podría ser la espía perfecta!

Allí sentado, sin entorpecer, escuché atento la entrevista que realizaba. Sin darme ni cuenta, comencé a cotillear las fotografías que tenía por el salón: Eran muchas y superinteresantes, grandes actores y actrices de Hollywood, presidentes, políticos y toreros. Allí, reunidos, estaban los protagonistas de la historia de la segunda mitad del siglo XX en el salón de su casa. Me evadí y me perdí cotilleando sin parar.

-¿Te gustan las fotos? – Me preguntó la espía encantadora –
_ ¡Si claro, me encantan!-

Eran fotos preciosas, muchísimas de ellas en blanco y negro, sobre todo las de los años 50 y 60; a partir de los 70 predominaba el color. Y sobre todo, lo que más me fascinaba, era ver a aquellos personajes históricos retratados en la más absoluta privacidad, sin cortapisas ni postureos. Se mostraban fieles a una cámara amiga, y eso sin duda no es habitual poder acceder a ello ¡Eran imágenes absolutamente maravillosas que te brindaba otra perspectiva completamente desconocida!

Se incorporó. Pensé que a lo peor se había molestado por mi avidez de consumir aquellas fotos. Pero, sin embargo, no fue así, a ella le preocupaba que no poseía negativos de una gran parte de aquellas fotos y quería protegerlas. Eran imágenes que le enviaban sus amigos por correo desde cualquier parte del mundo. Postales personales e intimas que enviaban mensajes de puño y letra, y que sobrevivían al tiempo a cobijo en el salón de su casa. Besos, caricias y recuerdos que permanecían siempre disponibles y cercanos y fáciles de detectar.

Nos pidió que la ayudáramos a desmontar un pequeño portarretrato. Era una foto de Grace Kelly, y por detrás había un mensaje y fecha escrito por la princesa: un mensaje personal, único e intransferible. Para ella no solo eran importante las fotos, también quería salvar todas esas dedicatorias y vivencias que había en muchas de esas fotografías que decoraban aquella casa. En realidad ya no solo eran fotos, eran cartas que relataban una vida. Un mensaje WhatsApp anacrónico de foto y texto; completamente físico, con peso, formas y texturas ¡Era importante que sobrevivieran al tiempo y al desgaste del uso!

Le comenté, que había dos formas de documentar y preservar ese maravilloso archivo: bien fuera escaneándolo o haciendo reproducciones. Ella quería saber que elegiría yo como fotógrafo, y le comenté que, en mi opinión, lo mejor era hacer reproducciones. Unas buenas reproducciones tendrían mejor calidad y se podrían restaurar sin problemas, si se quisiese.

¡Qué importante ha sido el soporte fotográfico para el indescriptible siglo XX! Ha captado una parte esencial de nuestro mundo y nos ha mostrado fielmente, tal y como somos. El mundo cambia y evoluciona y me imagino que hoy tendría que encontrar a mi informático o programador de cabecera que me proteja de esas odiosas perdidas irrecuperables.

Y después de una hora de hablando de fotos, me cuenta que me gustan, y de cualquier manera: a la sal, al horno y en escabeche. Pasado todos estos años, presiento que trabajar como fotógrafo me ha permitido conocer a las personas un poco mejor, unas profundamente interesantes como Aline Griffith y otras que son pura paja. Trabajar frente a otra persona con el amparo de una cámara te permite indagar, desmenuzar las capas de cebolla e incluso ser hiriente como un bisturí en la carne. Yo estoy del lado del respeto a la persona que fotografías y es la única manera para no contaminarte y perder la perspectiva y la pasión. Una fotografía en papel es única, preserva el olor del tiempo y si escribes sobre ella, es la carta más hermosa que puedas leer.

¡Me gustó tanto que Aline Griffith amara tanto aquellas imágenes, que le fuesen tan imprescindibles en su vida! Es por eso, por lo que guardo un recuerdo hermoso de aquel día. Y ahora me reconforta saber lo increíblemente hermoso que puede llegar a ser una fotografía. Que por desgracia, cada vez más, habitan silenciosas y a oscuras, en trasteros y álbumes rizados por la humedad.