El cliente más difícil que te puedas encontrar.

Hoy he rescatado una sesión de fotos que realicé algún tiempo. Aquel día, por motivos que aún desconozco, los astros se alinearon de forma inexplicable; sólo en ese preciso momento, parecía que la tierra se ralentizaba, pude comprobar que los efectos especiales de Matrix podían ser reales. Mi hija adolescente se acercó a mí, sin miradas matadoras, sonriente, y me miró. Se acercó a mí, como cualquier humano normal que te puedas encontrar en un bar, paseando por la calle o incluso en los supermercados. Pensé que algo iba mal, íbamos a estallar en pedazos todos los que nos encontráramos en un radio de algunos cientos de metros.

«¿Quieres tomar un batido, un zumo o algo así?» -me preguntó.

En los últimos dos años no había escuchado esa melodía que te hace sonreír, aunque afuera en la calle esté a punto de estallar una tormenta de granizo gigantesco, casi como huevos de avestruz. Ultimamente me ha dedicado versos despiadados, cargados de alfileres y balines de escopetas de feria. Miradas heladoras, intensas e inhóspitas, que a pesar de tu abrigo de plumas, te  deja tiritando en la calle. Pero lo que más me hace daño, es el silencio aterrador, perenne, que habita cerca de sus dominios.

«¿Papi? ¿Dime?»-Preguntó aún sonriente.

¡Descolocado! estaba completamente descolocado, intentando escudriñar este presente incierto. Pero permaneció inmóvil y equilibrada. ¡Ahora parece que sí! Puede ser que haya regresado,… siento como el color se abre paso entre la bruma, y el calor de la primavera se empieza a cocinar despacio, calentando las pieles frías de estos últimos meses. Añiles, malvas, amarillos pomelo adquieren potencia y brillo ¡Por fin estaba aquí!, conmigo, otra vez.

Comenzamos haciendo zumos, luego batidos y al final decidió que en un futuro abriría un restaurante maravilloso. Ella sería la gerente, la cocinera, la camarera, e impondría unas normas básicas para poder comer en él: Lo primero, no dejaría entrar a nadie que no supiera combinar la ropa de forma magistral. Tampoco podrían ir los escandalosos, ni los que fueran demasiado tímidos, según ella asustan, porque todo lo miran y analizan. No podríamos ir a disfrutar de sus creaciones la familias, sólo dos comensales y que no sean parientes entre ellos. Solo así, el trabajo sería más llevadero.

Al final, no recuerdo bien si prohibíó la entrada a los altos, y a los bajitos, a los rubios, y morenos, etc. En fin, sería el restaurante con más éxito y brevedad de  la próxima década, pero sin duda solo estaría al alcance de unos pocos privilegiados. Entre tanto, estábamos haciendo las primeras fotos de la carta y web, que seguro que tendría miles de visitas. Ella sabe cómo hacerlo. Para ello, decidimos fotografiar una receta sencilla,»Mousse de Pomelo con frutos rojos…o silvestres». No se le pasaba ningún detalle «¡Esto tiene que ser así!»

«-¡Sabes papá, creo que no me gusta! ¡No, esto está mal..ese color! ¡O verde, azul…aunque también me gusta bastante el morado! ¡Definitivamente no! ¡Papa, esa foto no me gusta, ni la otra! ¡Ni esta, ni esta, ni esta! »

Qué cliente más difícil pensaba yo,» ¡No papá, así no! ¡Y chin pum!». Me había anulado completamente, estaba a su merced. Tendría que hacer un esfuerzo mayor, intentar no perder la paciencia ni la concentración. Por un momento me concentré tanto que deje de oírla, pero al final ahí estaban los resultados, las imágenes que podrían optar a la carta de su mega-exclusivo restaurante.

¡Cariño vamos a elegir las fotos para la carta! -Exclamé -Mientras me dirigía a su habitación.

«¡Papá, no seas «pesao», déjame!»- Gritó-

Fue entonces cuando la tierra recuperó su velocidad crucero, y dejé de ver cómo las balas en «Matrix» surcaban y rayaban el aire. Se terminó una tarde de primavera efímera en Madrid. La bruma calmada ocupó su lugar hasta olvidar ese día en que la primavera se instaló por divinidad en la cocina de mi casa.

Lo único que estoy realmente seguro, es que clientes como ella no existen…¿O sí?