¡Entre la espada y la pared!

¡Suelo estar casi siempre entre el trípode y la pared! Me encuentro merodeando por las esquinas, buscando el punto de vista idóneo y también el más amplio. Este tipo de fotografía; el de arquitectura o interiorismo me lo suelen pedir muchas veces cuándo haces un reportaje de una empresa o pequeño negocio.
Este tipo de trabajo arquitectónico me produce sentimientos antagónicos; por un lado, me encuentro solo, y libre en cuanto a ejecutar el trabajo cómo mejor me convenga, y, por otro lado me siento como un furtivo escurridizo. Esto, en principio, es lo ideal. Realizar tu trabajo completamente libre para llevarlo a cabo sin absolutamente ninguna intromisión. Al final andas pululando como abejas en el campo en la búsqueda del mejor polen que puedas encontrar. Pasan las horas y cuando pensabas que estabas solo, te das cuenta de que no lo estás. Hay gentes que realizan su trabajo como tú y deambulan por ese espacio que creías que te pertenecería solo a ti. Me suele suceder que me aíslo ante esto último y a veces me suele molestar. Me hace retraerme, y la espera de tener ese espacio libre exclusivamente para mí, se me hace larga. Hay veces que piensas que quieren salir en las fotos, hablan entre ellos, se paran enfrente de la cámara; hubo una vez que una clienta que entró con su carrito de bebé, y aunque lo intenté, no puede evitarla ni en una sola toma. Sé que eso no es lo habitual, y que realmente estoy equivocado, pero hay algo que no sé lo que es, que me desespera.
Y solo me doy cuenta, cuando al terminar la sesión, con la boca completamente seca, me dirigí al primer bar para poder hablar con alguien. ¡Y es que somos animales sociales y necesitamos comunicarnos! Este trabajo es casi perfecto si tienes a alguien a tu lado para conversar sin prisas.