˝Yo me lo guiso yo me lo como˝ Puré con crujientes de jamón

 

 

Estaba claro que no estaba cómodo, se oían ruidos que me desconcertaban; eran sonidos agudos, metálicos, que me hacían salir de mi rutina. Había un trasiego monótono y rítmico de personas que entraban y salían; una chica las iba distribuyendo por las distintas estancias, así, tendríamos el menor contacto posible. De vez en cuando, cuando mi mente se liberaba, podía inmiscuirme en las conversaciones que iban y venían; sin quererlo me confundían y me enganchaban y otra vez volvía a perder mi rutina mágica. Las voces sonaban profundas y contundentes al otro lado de la pared, como si estuviesen hirviendo en una olla. Por fin, cesaron, y por fin, un descanso que me permitía volver a abstraerme. Y desde el silencio, brotó como un manantial una voz poderosa, gruesa, voluminosa y algo áspera. Me despertó de mi letargo, era tan inquisidor, tan despreocupado de lo que estaba ocurriendo. Parecía un estudiante de virtud extraordinaria, que acribillaba a su contrincante a preguntas, dejándolo en la antesala de un coma. ¡Era un conejo a altas horas de la madrugada a punto de cruzar la autopista en pleno puente de la hispanidad!

¡Dios mío qué locura de hombre! ¡Qué desasosiego me producía! ¡Qué ganas de levantarme y dirigirme a la habitación y hacerlo callar!. ¡Qué a gusto me hubiera quedado poder sacarle todas las palabras con el desatascador hasta dejarlo mudo!.

Y era demasiado tarde, Ana estaba en la puerta, había terminado de desinfectar la sala. Embutida en un condón gigante, con guantes, mascarilla y protector, aun así pude ver su sonrisa, con un leve gesto me indicó que todo estaba preparado. Obedecí al instante ¡Sí que relucen limpias estas herramientas que me producen tanto pavor, hasta dejarme en ridículo!. Al sentarme en el sillón reclinado pensé que yo era un auténtico imbécil. ¡Que pensarían de mí! Intenté recuperar mi rutina que me calmaba, pero no sucedió. Y aquella voz pesada como una tormenta de agosto, aquel individuo cretino que no callaba, me desveló todo lo iba a ocurrir. Mi trauma desde niño iba vestido con un pantalón de pinzas, grisáceo. Era bajito y enclenque, de piel mortecina. Lucía unas gafas metálicas a lo John Lennon. Pero no era John Lennon, era simplemente «el burriquero«:mi dentista.

Me atormentó durante años con una indiferencia absoluta, con una desgana insípida y maliciosa. La empatía no habitaba en su armario, su mundo gris de pantalones y corbatas no dejaba espacio para nada más. Él se sentía un artista, un «influencer», el creador de una nueva metodología; y sin duda disfrutó experimentando con un niño paleto de campo como lo era yo.