29 Dic Vainilla en Madrid
Mi mujer nunca se ha caracterizado por ser un portento con las plantas, más bien todo lo contrario. Desde hace algún tiempo; por motivos personales de ambos, llevamos varios años construyendo un proyecto en dónde las plantas y los árboles son fundamentales. Ahora estamos pendientes desde la distancia de los olivos que sobreviven, y bien, en Lanzarote. Mi mujer ha querido buscar un proyecto complicado, más sabiendo que nunca ha tenido «dedo verde», a pesar de todo, se ha lanzado con un desafío gigante.
En el ventanal del salón conviven un verol negro de Canarias y una planta de vainilla. El primero, cuando llega el invierno, abre sus hojas carnosas como si hinchara sus pulmones en un intento de mantener el aliento. Se inclina hacia el cristal, quedándose pegado como una salamandra a la pared. Se ha quedado desequilibrado, se estira con energía y persistencia, parece pedir a gritos que lo acerque al ventanal para poder estar más cómodo. Y, por otro lado, la cálida «Vainilla», comienza a necesitar las primeras curas; el frío le hace un daño severo y dispone de pocas armas para poder luchar contra él. Está inmersa en un resfriado continuo que la somete a «grandes cantidades de flemas». Está congestionada y algo pálida por tener que dormir a oscuras. Pero, aun así, es sorprendente que estas dos, estén vivas todavía. No cabe duda de que mi mujer ha hecho un trabajo muy bueno; parece que crecen raíces sanas entre las lineas del futuro, que se imprimen en las palmas de sus manos.
Al pensar en el escenario para hacer esta foto, pensé en la vainilla para que tuviera la máxima predominancia en el mismo. Una planta tropical, y era la idónea para armar este set fotográfico, era perfecta para lograr el concepto. Pero está muy débil para moverla y sacarla de su espacio vital; además que podría tener algún «problemilla» con mi mujer y prefiero evitarlo. Quería materializar un concepto sencillo, que viene dado por los orígenes de esta empresa. Sabía que la primera producción de esta marca se elaboraba en Filipinas. Gracias a un amigo fotógrafo y sommelier de cerveza pude estar en un evento en Málaga y allí hice mis primeros pinitos de catas de cervezas. No soy un experto en ello, pero lo que si sé es que una de las que más me gustó fue «La Manila», porque me resulta versátil y muy agradable. Hay veces que nos emperramos tomar cerveza superpotentes, en los veranos peninsulares a 40 grados, y solemos morir en el intento, caemos como moscas y nos quedamos como un boxeador que le han lanzado un directo a la pera.
Sin liarme demasiado, disfrutar sin presión, el concepto era el descubrimiento de este producto en un set parecido a una densa selva tropical. Imagínate por un momento un trozo de bosque tropical, con un ambiente húmedo y pesado y en primer plano esta cerveza que nació ahí, esa sería la imagen que buscaríamos y a partir de ahí se podría ir perfilando mejor la idea, etc. Y como menos es más, y no disponíamos de la vegetación necesaria, preferimos simplificar y dejar claro que es un set sin más pretenciones. Por supuesto, al terminar brindamos por un año mejor, y sobre todo, por mi planta de Vainilla que resiste al invierno de Madrid.