˝Yo me lo guiso yo me lo como˝ Berenpizza

 

Águeda nació allá por la década de los treinta, es extrovertida, es parlanchina y está sorda. Su marido, sin embargo, no le gusta hablar y está también duro de oído. Ella, quizás por su sordera, se desenvuelve bien en las distancias cortas. A su hijo, le resulta difícil convencerla de que debe mantenerse a partir de ahora distante, solo así estará segura. Ella no lo entiende, solo quiere ver a sus hermanos, necesita estar cerca para poder leerles los labios.

Parecía imposible que pudiéramos definirlo con tal exactitud, pero parece que lo hemos conseguido. Defendemos a vida o muerte, la necesidad de preservar nuestro espacio vital, que nos hace individuales y únicos. Ese espacio que nos revela conocimiento sobre nosotros mismos, nos aísla y protege del exterior, y nos permite descubrir un fascinante mundo íntimo y desconocido: se contiene en tan solo 2 metros. ¡Y me parece poco espacio para contener tanto!

Pero tenemos la convicción de que somos algo más, intuimos que somos algo más. Necesitamos ser aún más complejos. Igual también nos horroriza y nos asusta el no poder reconocernos. Somos más un animal de compañía que otra cosa. Necesitamos convivir con el tacto de la piel desnuda, por amor o sexo, en las noches de verano de la ciudad esquilmada. O saber, cómo de fresca es la brisa que produce la respiración incontenible y agitada que se resguarda entre las sombras del paseo del Camino Largo. Es imposible que pueda vencer un veto, a la necesidad de deletrear una sonrisa que delicada mordisquea tu nariz. Es un suicidio, no regalarte un abrazo húmedo, sus manos acarician tu pelo, y su mirada que se clava profunda, para entonces, sus piernas se anclan a tu cintura. El agua está perfecta, es el verano del 2015 y no estamos solos en la playa Chica.

Un mundo nuevo, empaquetado entre plásticos y látex a cantidades industriales viene a nuestro rescate; para así volver a mojarnos y romper este espacio vital que nos debilita tanto. Comeremos y beberemos en abrevaderos transparentes, sentados unos frente a otros, esperando el instante propicio para confesarnos, y así, nos desprenderemos de esa presión que nos oprime el pecho. De regreso a casa, en los autobuses, esbozaremos sonrisas cautivas entre telas de carnaval. Todavía a las seis de la tarde permanecen algunas risas opacas columpiándose en los patios de juego.

Nos lavaremos las manos miles de veces hasta borrar las huellas, nos mantendremos limpios. Seremos pulcros y concienzudos hasta acabar con cualquier registro de contacto, y nos desprendemos de todas las células muertas que no pertenezcan a nuestra piel.

Águeda se siente a disgusto en este nuevo orden, para ella es vital la cercanía. Solo a través del tacto puede descifrar el mundo que le rodea.